Curso Acelerado de Ateismo, Antonio López Campillo y Juan Ignacio Ferreras

NOTA: Se encuentra agotada la versión española de este libro. La presente edición está en otros sitios gratuitos de la Red. La colocamos aquí sólo con fines didácticos y mientras no se ponga de nuevo a la venta.

CURSO ACELERADO DE ATEISMO

Antonio López Campillo y Juan Ignacio Perreras

ÍNDICE

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JUSTIFICACIÓN.

La próxima regulación administrativa de los cursos de religión, concediéndoles, posiblemente, rango de asignatura con puntuación validable académicamente, implica sin duda la legalización de otras asignaturas alternativas para los hijos de padres no creyentes, la tolerancia constitucional obliga a ello, y como lo más alterno que hay a la religión, en el sentido de la colocación de las hojas en los tallos de ciertas plantas, es el ateísmo, pensamos que se regulará, entre otras, una asignatura de ateísmo, que se inscribirá en el curriculum académico del alumno. Por eso creemos que será necesario un texto sencillo que exponga los elementos del pensar ateo; el equivalente, salvando las diferencias, a un catecismo. La dificultad, y la diferencia, reside en que no existen, para los ateos, dogmas y menos aún verdades reveladas. Se trata más bien de un conjunto de reflexiones y razonamientos que conducen, por lo general, a una moral basada sólo en el ser humano y en sus relaciones con el resto del cosmos. El ateísmo es un «ismo» sin doctrina específica; vive este modo de pensar, de los descubrimientos ajenos, los de los físicos, químicos, biólogos, geólogos, sociólogos, antropólogos, historiadores, y otros indagadores del mundo. Este vivir de prestado, intelectualmente hablando, impide la elaboración de un cuerpo doctrinal bien estructurado y gracias a ello logra escapar a toda tendencia a dogmatizar su pensar. Lo que es propio del ateísmo es su moral laica, en el sentido etimológico del término: es decir del pueblo, sin castas.

A estas dificultades intrínsecas al ateísmo se suma el hecho de que los ateos no se agrupen en forma de iglesia, ni de congregación, lo que explica la inexistencia de unos textos específicos destinados a la divulgación de sus ideas y de sus opiniones. Careciendo pues de una organización que pueda proporcionar, como mínimo, una estructura logística para la elaboración y difusión de un libro de este típo, la operación tiene que ser privada, coincidiendo así, por necesidad, con la tan proclamada tendencia liberal del gobierno de este país.

Las Iglesias no se enfrentan con esos problemas, ellas tienen a punto sus estructuras, sus manuales y sus catecismos en un perfecto estado de marcha. Usados, ensayados y perfeccionados durante siglos en sus centros de enseñanza y en los de muchos estados que les dieron cobijo, son casi perfectos. A los ateos (y a los agnósticos) no nos sucede lo mismo. Y no sólo por la ausencia de una organización unitaria. Es que los ateos consideran que el ateísmo es un punto, posible, de llegada en la vida de todo ser humano y por lo tanto que es un proceso natural (pero no ineluctable, por eso es natural) que no requiere un manual para «creer» y menos una Declaración de Fe. Por esto, probablemente no han existido catecismos ateos, pues no los necesitaban, les bastaba con los libros clásicos y el buen pensar de los ciudadanos. Las Iglesias necesitan, a más de sus Libros Sagrados, los catecismos ya que son muy conscientes que el creer en sus verdades no es un proceso natural, por eso dicen los creyentes que es sobrenatural.

Al intervenir el gobierno, liberal, en el asunto de la enseñanza de creencias e introducir éstas en la enseñanza oficial, con notación y todo, nos obliga a los ateos, aun siendo liberales, libertarios y a veces libertinos, a intentar elaborar y publicar algo equivalente, formalmente, a un texto de exposición de creencias. Esto es otro obstáculo para nosotros que solemos emitir sobre estos temas razonamientos criticables, y nos es difícil afirmar autoritaria y taxativamente creencias. Por eso hemos pensado elaborar una especie de cursillo o manual de incitación a la reflexión sobre el ateísmo. Y como no somos ni doctores de una iglesia ni meramente doctos, creemos (en algo creemos, evidentemente) que, dada la urgencia, podría ser de utilidad, pedagógica a lo menos, y de un modo provisional, «esperando textos mejores», la edición de un Curso Acelerado de Ateísmo. No esperamos convertir a nadie, pues nadie nos convirtió, pero sí incitar a la reflexión crítica sobre las creencias. El texto no va, ni puede ir más allá, es a los lectores el decidir, pues son libres. (Hay que ver lo optimistas que somos los ateos.)

He aquí, pues, cómo este gobierno nos ha instigado a escribir lo que sigue. Gobierno liberal y privatizador por definición, que está, en cierto modo, intentando nacionalizar las creencias de los ciudadanos.

Y como el curso es a más de acelerado, breve, nos despedimos de ustedes con un ¡Ateo! (que es lo mismo que decir ¡A-dios!).

Los autores

LECCIÓN PRIMERA.

EL CREER EN NO CREER.

¿Existe dios? Esta es la primera pregunta del hombre. Y a partir de esta pregunta y al correr de la Historia, aparecerá el pensamiento crítico, la Filosofía, quizás todas las ciencias.

Esta pregunta al parecer sólo ha sido contestada o respondida de dos maneras, el deísta dirá que sí, que cree en dios, y el ateo dirá: «no lo sé, pero creo que no». Para el deísta que se basa en la fe, no hay ningún problema; para el ateo que se basa en la razón, su respuesta ha de ser matizada porque creer en un no-creer pide reflexión.

Y la reflexión consiste en que se ha de considerar la imposibilidad de demostrar la inexistencia de algo. Claro que si una existencia puede ser demostrada, la creencia en su no existencia caería por su base.

Y aquí empieza el gran problema de los creyentes que hemos llamado deístas para simplificar. Porque si bien es verdad que es imposible demostrar la no existencia de algo, sí es posible y hasta muy, pero que muy recomendable, el demostrar su existencia. Y ni cortos ni perezosos, los deístas se han dedicado durante siglos a demostrar la existencia de dios.

El que existan tantas «pruebas» de la existencia de dios, significa en un primer momento, que ninguna de las llamadas pruebas ha sido definitiva. Es decir que ninguna de las pruebas logra su objetivo final: la demostración de la existencia de dios.

Efectivamente a partir de la razón no hay posibilidad alguna de demostrar la existencia de Algo que se supone en teoría o en hipótesis. Y no es posible porque no hay manera de llegar a la verificación de esta existencia supuesta.

La respuesta ante la falta de pruebas razonables por parte de los creyentes, no se hizo esperar: se trata para los deístas de una cuestión de fe y de una cuestión de revelación.

La revelación consiste en creer a partir de ciertos textos que no se discuten, que el mismo dios se manifestó o reveló al hombre. O de otra manera, la revelación es el acto por el cual un ser supremo desvela, revela su propia existencia a los hombres, ya que implícitamente, se supone que el hombre por su sola razón, no puede llegar jamás a las llamadas verdades reveladas.

Observemos inmediatamente, que se trata ante todo de separar al hombre de su razón, de su crítica, de su pensamiento, no se le pide que piense, al contrario se le pide que crea, y dios o el supremo hacedor comprendiendo las limitaciones que ya son prohibiciones del hombre, decide revelarse.

Hay tantas revelaciones como religiones, es decir, existen tantas prohibiciones de pensar con la razón, como religiones existen.

Los dioses se revelan por medio de libros escritos por iluminados o profetas, y los destinatarios de estos libros, han de creer que dios no sólo existe sino que demuestra su existencia a través de los libros «dictados» a estos hombres escogidos.

La razón crítica del hombre, su pensamiento en resumen, queda arrinconada o arrinconado ante un hecho que no necesita para nada de la razón, necesita apelar solamente a la fe del hombre.

Desgraciadamente para los creyentes, un acto de fe no es un acto de razón, y hay hombres, los ha habido siempre, que se han negado a la fe en nombre precisamente de su razón. Se les llamó impíos, herejes, ateos, agnósticos y otros epítetos.

Que al hombre no le bastaba la fe para creer, es un hecho que se demuestra por la necesaria existencia de la revelación. Las religiones comprendieron enseguida que el hombre no se sujeta a la fe predicada tan simplemente, entonces surgió la revelación, es decir la afirmación por escrito de la fe del hombre.

La existencia pues de una revelación divina demuestra que no sólo por la razón, sino que ni siquiera por la fe, es posible creer en la existencia de un ser supremo.

Si bastara la fe, no se necesitaría de ninguna revelación. Al parecer dios preocupadísimo por la falta de fe de los hombres, no tuvo más remedio que escribir sobre su propia existencia. Es el «yo soy el que soy» de la Biblia, es el autoproclamarse dios único en la mayor parte de los textos de diversas religiones.

Apelando a la razón del hombre, no es posible demostrar la existencia de dios, entonces se echó mano de la fe y de la revelación. El que más tarde, se pudiera demostrar por la razón, que las revelaciones no pasan de ser obra humana, obligó a las religiones a fortificarse en la fe. Y con la fe no se demuestra nada pero se cree en la existencia de algo que no se puede demostrar.

Desgraciadamente para el ateo, la fe no puede ser creída, por eso su labor intelectual consiste en creer, dar por verdadero, el no creer. A la pregunta de si existe dios, el ateo razonable, crítico o simplemente humano, responde en un primer momento, no lo sé, creo que no. Claro que si se trata de un ateo bien educado, es decir no excesivamente duro ante el creyente, responderá: no lo sé, creo que no, aunque espero que por su bien, por el del creyente, que se demuestre algún día.

Hoy por hoy, el creyente lleva siglos «demostrando» la existencia de dios y esta existencia no ha podido ser probada. El creyente replicará, quizás ya un poco enfadado: de acuerdo no puedo demostrar la existencia de dios, pero tú, ateo, tampoco puedes demostrar su inexistencia. Lo cual es cierto.

Para volver al principio, si efectivamente la no existencia de algo es indemostrable por definición, el ateo ha de responder ante la gran pregunta con el no sé.

Respuesta a primera vista neutra y muy poco beligerante, pero que si se medita, es toda una declaración racional, digna del hombre. O para decirlo con Epicuro: hay que respetar a los dioses aunque no se crea en ellos. Por eso el ateo no es un impío ni un blasfemo (¿cómo maldecir de lo inexistente?) sino un hombre que quiere seguir pensando.

PRIMER EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Y dice usted que no cree en la salvación o condenación del alma.

—Tengo mis dudas, porque primero usted no me ha demostrado todavía la existencia del alma…

—Pero caballero…

—No, no me lo ha demostrado usted. Después supone usted que el alma es inmortal, y en tercer lugar supone que será juzgada y premiada o castigada según su conducta en esta tierra. Como comprobará, necesito al menos tres demostraciones para seguir esta conversación.

—Es usted un materialista.

—Bueno, y usted es un idealista.

—No me negará que el hombre necesita de una justicia divina.

—Pues sí lo niego porque no veo la necesidad de esa necesidad.

—El hombre necesita creer no sólo en la inmortalidad de su alma, sino también en la existencia de esa justicia divina.

—¿Y por qué ha de necesitar creer en todo eso?

—Así ajusta su conducta con la justicia, se hace moral, más bueno.

—En resumen, que usted predica la fe.

—La fe que mejora al hombre.

—El hombre no está hecho solamente de sentimientos sino también de razón, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo.

—Entonces toda creencia o todo sentimiento que vaya en contra de su razón no es un bien para el hombre, sino un mal para el hombre.

—Pero usted lo niega todo.

—Al contrario, defiendo la existencia de una razón humana, la única que puede hacernos comprender, vivir…

—La razón no es nada, la fe es todo.

—Yo podría decir exactamente lo contrario, porque las dos afirmaciones son difíciles de verificar. Pero en fin ahí va mi afirmación: la fe no es nada, la razón es todo.

—Vistas así las cosas… en fin, se podría llegar a un arreglo, yo también soy un hombre razonable, y creo que hay un momento para la fe y otro para la razón.

—Error, amigo mío, craso error, todo momento dedicado a la fe ha de ser examinado, es decir criticado por la razón del hombre, luego no hay un momento para la fe y otro para la razón.

—Usted no se aviene a razones.

—Querrá usted decir que no me avengo a fes, porque razones es lo único que le estoy dando.

—Total, que es usted un ateo redomado.

—Quite lo de redomado, no me gusta presumir.

LECCIÓN SEGUNDA.

LA PRIMERA OBLIGACIÓN DEL ATEO HA DE CONSISTIR EN CREER EN TODOS LOS DIOSES.

EL título de la presente lección puede parecer paradójico, sin embargo hay que pensar que sólo creyendo en la existencia de todos los dioses, es posible el ateísmo. Esta existencia de los dioses que cree el ateo, se refiere como es lógico, a su existencia histórica, real. Todos los dioses que conocemos han tenido historia, tiempo y espacio, y mal que les pese a los creyentes, también han tenido un principio.

El ateo cree firmemente que la necesidad llevó al hombre a la creación de los dioses. O de otra manera, que ningún dios tiene una existencia gratuita. Buscar las explicaciones de esta necesidad de dotarse de dioses, está en la base de la Historia de las Religiones.

La necesidad de una primera explicación del universo llevó a los súmenos, hace unos seis mil años, a la creación de un panteón divino. Lo mismo ocurrió con los egipcios y por las mismas fechas. El hombre que ya no es primitivo, que vive en ciudades, necesitaba una explicación sobre el origen y el desarrollo del universo que conocía.

Para los sumerios, que vivían de la arcilla, los dioses habían creado al hombre de la arcilla. Para los primeros egipcios que vivían del ganado, los primeros dioses tenían rasgos animalescos.

A medida que se fue complicando la vida social, administrativa, política, los dioses se hacen más complejos y también tienen que atender a más necesidades del hombre. Y así habrá un dios para cada actividad humana, para cada oficio, para cada aspiración o esperanza.

La necesidad de combatir un entorno hostil, llevó a los hebreos a la creación de un Jehová primero y de un Ihavé después, carniceros y rencorosos y capaces de las mayores matanzas, puesto que el pueblo hebreo sin tierras necesitaba tierras y también necesitaba, según las costumbres de la época, acabar físicamente con sus ocupantes.

Quizás la necesidad de acabar con el odio engendrado por este dios hebreo, llevó a los últimos judíos a la creación de un Padre bondadoso que hasta sacrificaba a su propio hijo Jesús para predicar el amor universal.

La necesidad de unificar a todo un pueblo y de aspirar a una religión político-universal llevó a Mahoma a la creación de un Alá que era sobre todos los demás dioses, misericordioso, al mismo tiempo que el generalísimo de sus ejércitos.

La necesidad de escapar al inevitable dolor que produce la vida, llevó al santo Buda a la creación de un nirvana (sin-viento) discreto, neutro y sobre todo pacífico.

El conocimiento primero y la necesidad después de clasificar a todas las fuerzas del universo y del hombre, obligó a los indios a la creación de un panteón hinduista que de alguna manera, y dada su diversidad, también refleja las obligadas castas de la sociedad.

Lao Tsé inventó una sustancia eterna e inaprehensible, engendradora del universo y de los hombres, el Tao, que entre otras virtudes tenía la de superar todas las contradicciones visibles, reales.

El maíz resolvía todos los problemas del pueblo, luego los mayas necesitaron inventar un dios creador del maíz.

Las grandiosas aspiraciones greco-romanas, siempre humanas, les obligó a la creación de dioses que también muy humanos, eran la sublimación de las aspiraciones del hombre.

Y etcétera, porque siempre que aparece un dios en la historia del hombre, habrá en su base humana, siempre humana, una necesidad. Desde los primeros chamanes hasta los últimos «científicos» deístas, la necesidad ha engendrado a los dioses.

Todo lo cual significa que entender y admitir a todos los dioses, es decir creer en su existencia social e histórica, significa entender y por supuesto admitir, la existencia de una serie de necesidades del hombre.

El miedo no engendra a los dioses como creyeron en un principio los epicúreos y hasta el latino Lucrecio, o al menos, no solamente el miedo crea a los dioses, los crea también algo más noble como es la necesidad de una explicación del universo, de una racionalización del mismo.

No es gratuito pues que todos los dioses aparezcan ligados con la cosmogonía, cada dios debía explicar la creación del mundo; aún más, cada dios debía crear el universo, única manera de afirmarse como dios.

Históricamente, al aumentar el conocimiento del universo, los dioses se vuelven más complejos y complicados, pero siempre su existencia está ligada con la cosmogonía, con los orígenes del mundo y por lo tanto con la creación del hombre.

Si los dioses, todos los dioses que conocemos y que podamos conocer, obedecen a una necesidad del hombre, podríamos concluir un poco alegremente que los dioses son necesarios. Y efectivamente lo son mientras el espíritu humano se contente con esta primera explicación, pero como veremos en próximas lecciones, el hombre ha seguido avanzando en su conocimiento y en la actualidad, o desde hace un par de siglos, los dioses han dejado de ser necesarios.

Queda por señalar que también la idea de un dios único, o de un principio universal, tuvo su historia, es decir, su tiempo y su espacio. Incluso en la Biblia, el libro que mejor conocemos por estar en la base de nuestra civilización occidental, hay una lucha del dios hebreo con el resto de los dioses, hay una monolatría que se traducirá más tarde con la creación de un dios único. Porque claro está, los dioses creados por el hombre también tienen su historia y hasta luchan entre sí para imponerse. Ahora podemos ver muy claramente que Babilonia al dominar políticamente, impuso a su dios Marduk sobre los demás dioses del panteón sumerio¬babilónico. Para los asirlos sería Asur, etc. De la misma manera la idea del dios Jesús hubo de luchar contra la antigua deidad hebrea, y más tarde, el misericordioso pero siempre guerrero Alá hubo de imponerse a los dioses heredados.

A las primeras necesidades del hombre: la necesidad de una visión del universo, de una esperanza, de una explicación de todos los fenómenos de la naturaleza, se unieron después otras necesidades más sociales, más políticas y así surgieron como era de esperar, las guerras religiosas de las cuales aún no hemos escapado del todo.

Podemos resumir: el ateo cree en todos los dioses porque cree en todas las necesidades que ha sufrido el hombre a lo largo de su historia.

SEGUNDO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Porque mire usted, haga lo que haga, siempre tendrá que contar con dios a la hora de hacer historia del hombre.

—No con dios como usted dice, sino con todos los dioses, absolutamente con todos, que no es lo mismo.

—¡Cómo que no es lo mismo!

—Como que no, cada dios tiene sus características, tiene su espacio y su tiempo.

—Pero siempre es la idea de dios.

—Parece que no, compare usted sin ir más lejos, la idea del Tao o la idea del nirvana, con un dios como el judeocristiano, y verá usted la diferencia.

—Pero siempre se está hablando de dios.

—Siempre se está intentando hablar o definir lo que no se conoce, y lo que no se conoce se encarna de muchas maneras diferentes, depende del tiempo, del espacio, del pueblo…

—El final es siempre el mismo.

—El final es siempre diferente, porque según la idea que el hombre se haya hecho de dios, así será la moral consecuente. Un dios judeocristiano necesita acción, un dios budista o hinduista reclama inmovilidad, el no hacer… como ve/ los efectos son casi contrarios.

—Es igual, siempre existe la idea de dios.

—Es como si usted me dijera, siempre el hombre se ha encarado con lo desconocido.

—Ya, y ahora me dirá que la idea de los dioses viene del temor.

—Eso lo supuso Lucrecio sin ir más lejos, del miedo a lo desconocido nacen los dioses, pero también se puede añadir: también nacen los dioses de la necesidad de apoderarse de alguna manera de lo desconocido. Y lo desconocido, o el misterio, no tiene siempre que producir miedo.

—¿Ah, no?, ¿y qué puede producir lo desconocido?

—Pues hombre, sin ir más allá, puede producir curiosidad. Imagínese un hombre moderno ante un misterio, lo que quiere es saber, no tiene por qué sentir temor.

—Llámelo como quiera, siempre aparece la idea de dios.

—Por llamarlo así.

—¿Y de qué otra manera se podría llamar?

—Misterio, desconocido y más importante, no conocido todavía, no desvelado todavía, no racionalizado todavía…

—Pero aún así, en fin, ¿qué quiere que le diga? Mire a su alrededor, contemple la naturaleza, no me venga usted con que todo esto no viene de alguna parte.

—De alguna parte, seguro que viene.

—En fin, ante el universo todo, incluso si no hubiera dios, le digo a usted que habría que inventarlo.

—No se moleste, ya lo han hecho.

LECCIÓN TERCERA.

LA CREACIÓN HUMANA Y SIEMPRE HISTÓRICA DE LOS DIOSES NO PUEDE SUBSISTIR SIN LA CREACIÓN CONSECUENTE DE LAS RELIGIONES (IGLESIAS, ESCUELAS,

INSTITUCIONES VARIAS).

Con muy pocas excepciones, si es que las hay, a toda creación de un dios, le sigue la creación de una organización que llamaremos para simplificar «religión».

Un dios, sea la que fuere su potencia y según se puede comprobar, no puede vivir solo, por sí mismo, necesita un soporte organizativo que se llama templo, culto, liturgias varias.

Para el hombre creador de dioses, es incomprensible la idea de un dios solitario, que sólo pensara en su divina esencia. Para el hombre creador de dioses, el dios creado ha de cuidarse de los hombres, no sólo ha de crearlos, también tiene que cuidarlos.

Por eso a la necesidad de la creación de un dios ha de seguir necesariamente la creación de una religión porque, y he aquí una pregunta que no se haría ningún creyente, ¿qué sería de dios si se quedara solo?

Estamos muy lejos de creer con Voltaire que «la religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbécil». Una vez más creemos al hombre por encima de la hipocresía e hijo de sus necesidades históricas.

Si históricamente y siempre con excepciones, no puede haber dios sin religión, en este punto entra la Historia, la grande y la compleja, en la Historia de las Religiones.

La Historia, la grande, la de todos, comienza a fluir junto a la historia de las religiones con nuevas sublimaciones, esperanzas, aspiraciones, justificaciones, etc. Y así una religión será o no conquistadora según el momento histórico de la sociedad en que vive.

Históricamente la sociedad que se ha dotado de una religión también ha creado lo que entendemos por estado, e inmediatamente surgirá la pugna entre las dos instituciones, la religiosa y la estatal, la religiosa y la laica.

La pugna entre las dos instituciones que ya son dos poderes sociales, se hará visible desde los primeros momentos históricos (lucha entre el templo y el palacio en Sumeria, entre el Faraón y el templo en Egipto, etc.).

Siempre históricamente hubo momentos en que venció el templo y otros, en los que venció el estado. Únase a esta guerra, la creada entre los diferentes dioses con sus religiones respectivas, y tendremos una idea de lo que significó la Historia.

Puede haber y de hecho hubo momentos históricos en los que la religión se apodera y absorbe virtualmente al Estado creando lo que se ha llamado un Estado teocrático, y el mejor ejemplo lo tenemos con los judíos bíblicos y la creación de un templo-estado a partir de lo que los rabinos escribieron en su Levítico.

Puede ocurrir lo contrario, caso de las ciudades griegas, aquí la iglesia como institución estatal no existe, aunque existieran santuarios con personal fijo. El poder civil que lo era todo en la Grecia clásica, asignaba al gobernante elegido siempre temporalmente, el oficio de sacrificador, es decir, de sacerdote o de intermediario entre los hombres y los dioses.

Ni que decir tiene que los efectos sociales de una teocracia son muy diferentes a los frutos conseguidos por el hombre que vive en una sociedad digamos civil. Dígalo la historia de Grecia y la historia del pueblo judío. La explicación consiste en el exclusivismo de toda sociedad teocrática, frente a la diversidad y la amplitud de miras de una sociedad civil.

Pero dejando de momento cualquier comparación histórica, convengamos de una manera general que a la creación de un dios se sigue la creación de una religión organizada en iglesia, sinagoga, mezquita, comendador de los creyentes, lama supremo, etcétera.

Nace así y también por necesidad (casi administrativa) el autoritarismo y el dogmatismo. Surge también una teología y por supuesto un cuerpo social encargado de defender esta teología.

La creación de un cuerpo sacerdotal pone en contacto siempre conflictivo, al dios creado y defendido por este cuerpo con la realidad histórica, con el devenir histórico. Ocurre sin embargo, que la sociedad, o la realidad, sigue su curso, evoluciona pero la religión creada en un momento histórico, no puede evolucionar ya que está basada en verdades inconmovibles.

O de otra manera: el devenir histórico de la realidad destemporaliza la religión creada en uno de los primeros momentos de este devenir. Entonces el trabajo del cuerpo sacerdotal consiste en salvaguardar ahistóricamente una creación que fue histórica. Surge así lo que se ha llamado alienación religiosa.

Los defensores de la religión cumplen con su cometido construyendo teologías inconmovibles, filosofías perennes, verdades eternas. Cumplen con una racionalidad que les impide razonar sobre las transformaciones del mundo. Dios ha hablado y lo que ha dicho dios, no puede ponerse en duda.

De una manera general, ninguna religión puede sobrevivir impunemente a lo largo de la historia, frente a la Historia. Sin embargo la religión sumeria duró cerca de cinco mil años, algo menos la egipcia, la judía dos mil o tres mil años, la cristiana dos mil, y algo más de dos mil, la hindú o quizás más, y dos mil quinientos años la budista.

Hay que suponer que la aceleración histórica que sufrimos o que gozamos en la actualidad (al multiplicarse la información y el saber científico) acelere también la caída de las religiones existentes, ¿o habría que decir sobrevivientes?

Los dioses cumplen con su tiempo, con el tiempo en que nacieron puesto que obedeció su existencia a la necesidad de ese tiempo, pero las religiones no pueden inmovilizarse en el tiempo de la creación de los dioses fundadores, han de sobrevivir, han de luchar por un poder que se les escapa.

Y el poder que se les escapa se llama tiempo. Este peligro es perfectamente presentido por los representantes de las religiones actuales, por eso nacen y están a punto de desarrollarse los llamados fundamentalismos o integrismos.

El fundamentalismo puede ser definido como la defensa irracional de una religión que no puede sobrevivir ante el empuje de la Historia. Hay fundamentalismos o integrismos en todas las religiones conocidas porque todas las religiones conocidas están en peligro.

Así pues, un dios puede sobrevivir en su historia, en el tiempo en que fue creado, pero la religión que segrega este dios se encuentra impotente ante el paso del tiempo. Surge el fundamentalismo y los creyentes hacen un esfuerzo sobrehumano para sobreponerse a la realidad que les circunda, atosiga, mata.

Si las religiones no se hubieran constituido como dogmáticas, como autoritarias, si no hubieran formulado su propia teología, el tiempo, es decir la Historia, las respetaría siempre hasta cierto punto. Pero es lo cierto que cuanto mejor construida esté una religión, cuanto más perfecta sea en sus formulaciones, más riesgo tiene de desaparecer. Lo mismo les ocurrió a los dinosaurios que fueron incapaces de adaptarse al paso del tiempo.

Pero por otra parte, también es cierto que ninguna religión puede sobrevivir sin definirse como divina, perfecta, revelada, etc.

En la actualidad, las religiones, las iglesias o las sinagogas o las mezquitas, no suelen luchar por su idea de dios sino por su propia sobrevivencia. Por eso no existen disputas teológicas, y sí conflictos de poder entre el Estado laico por definición, y la iglesia religiosa también por definición.

La defensa del poder de las religiones actuales se centra sobre todo, en las morales religiosas que pertenecen a cada creencia, pero estas morales merecen capítulo aparte.

TERCER EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Puede que me equivoque, pero me da la triste impresión de que si desaparecieran las iglesias, nadie creería en dios.

—Bueno, por eso son necesarias las iglesias.

—¡Qué barbaridad!, es lo mismo que si usted me defendiera la necesidad de matar a alguien para que se conservara la idea del homicidio.

—Sin iglesia, sin religión, ¿cómo nos acercaríamos a dios?

—Pues lo mismo me da, porque sin seguir la soga, ¿cómo nos acercaríamos al ahorcado?

—Está usted desbarrando.

—Estoy razonando modestamente, la verdad es que sin iglesias que lo defiendan, su pobre dios se encuentra en la calle.

—No crea usted que yo voy a defender a la iglesia, sé que tiene muchos defectos.

—Perdone, ¿me permite usted que defienda la iglesia, la de usted?

—Me extraña mucho, pero adelante.

—Pues verá usted, creo que su iglesia y todas las demás, hacen lo que deben según su propia esencia. Han de defenderse porque son las intermediarias entre la idea de dios, o de dios, y los hombres. Y si los hombres prescinden de la iglesia, incluso si se dirigieran directamente a su dios, los intermediarios eclesiásticos no servirían para nada. Es lo que está ocurriendo, por eso la iglesia, la suya, se defiende como puede, reforzando los dogmas, haciéndose la única defensora de una moral revelada en la que muy pocos creen…

—Luego tienen que defenderse.

—Ya le digo que sí, ningún organismo se deja morir o se suicida, incluso los bacilos se defienden de morir. Lo peor que le ha podido ocurrir a las religiones, es que la moral que dictan, sea practicada sin que se tome en cuenta a los que la dictan.

—Luego la moral que dictan según usted, es buena.

—Una buena parte lo es porque coincide con la moral de todos los hombres, es decir con las normas de convivencia civil y civilizada. Pero hay otra parte, no se haga usted ilusiones, que debe desaparecer, es la que predica el exclusivismo, el racismo religioso, esa parte que intenta legislar las conciencias además de las conductas.

—No me va a separar ahora la conciencia de la conducta, ¿no?

—Pues claro que sí, la religión se ha adueñado de las conciencias, es más, prefiere las conciencias a las conductas, a su iglesia, la de usted, le encanta perdonar los pecados, las conductas, pero no permite que la conciencia se escape de la santa madre iglesia, eso ni siquiera lo perdona.

—Sin conciencia moral no hay conducta moral.

—Magnífica declaración de principios, pero ¿qué ocurre cuando la conducta es buena y no coincide con una conciencia religiosa?

—Eso es difícil.

—Eso es tan fácil como su contrario, la misma dificultad existe para el hombre, en ajustar sus normas de conducta con una conciencia laica que con otra religiosa. Y de hecho así está ocurriendo.

—Pero eso sería como prescindir de dios.

—Usted lo ha dicho.

LECCIÓN CUARTA.

LA MORAL NO NECESITA SER RELIGIOSA PARA SER MORAL.

Todas las religiones, reveladas como es natural, proclaman muy alto su moral y la necesidad que de esta moral, según su opinión, necesita el mundo de los hombres.

Antes de seguir adelante una pequeña precisión digna de un ateo: no es necesario creer en dios para dar de comer al hambriento.

Cuando los dioses engendraron religiones, éstas se apresuraron a dictar una serie de normas de conducta que atañían tanto a la fe como a la moral. En otras palabras, no hay religión sin moral. Y esta moral es exclusivista y totalizante, se dicta por la religión y ella es la única capaz o autorizada para ello, y se dicta para todos los hombres del mundo.

Se entiende que siempre por necesidad, los sacerdotes súmenos se repartieran las tierras con el palacio a fin de prevenir las hambrunas de la población. Se entiende que, siempre por necesidad, los judíos dictaran una serie de reglas higiénicas que intentaban conservar la salud del pueblo. Se entiende que, siempre por necesidad, los primeros cristianos vigilaran las costumbres de sus feligreses para que no cayeran en los «excesos» del paganismo. Se entiende, y siempre por necesidad, que cada religión intente legislar por el bien de su pueblo.

Pero junto a esta serie de normas que podemos llamar benefactoras, existen siempre otra serie de normas que ya no podemos llamar de la misma manera. Son las que obligan al creyente a creer exclusivamente en el dios de la religión que profesa, las que le prohíben otras creencias y hasta otros respetos, las que le dictan conductas a favor de cuerpo sacerdotal que administra el dios. Etcétera.

Mal o bien y al pasar de los siglos, la humanidad civilizada entiende y no necesita creer, en una serie de reglas no dictadas por ningún dios, no obligadas por ninguna religión, pero que son capaces de facilitar la vida y el desarrollo de esta misma humanidad civilizada.

Todos sabemos por ejemplo, que el ir por la derecha o por la izquierda, que el obedecer a los semáforos son reglas de convivencia que no han sido reveladas por ningún dios, sin embargo las aceptamos en nombre de la convivencia.

De la misma manera, el respetar al otro (que en esto consiste finalmente la moral universal) no necesita de ninguna religión ni mucho menos necesita que un dios lo haya revelado.

Por el contrario, han sido las creencias religiosas y sus morales correspondientes, las responsables de insensatas carnicerías que han asolado la tierra bajo el nombre de guerras religiosas, persecuciones, inquisiciones / holocaustos.

Una moral exclusivamente religiosa mata en nombre de su dios, una moral exclusivamente laica no encuentra ninguna razón para matar. Por eso la pena de muerte ha sido abolida en la mayor parte de los países civilizados con dos excepciones quizás significativas: los Estados Unidos de Norteamérica y el Vaticano.

Hay religiones que no conocen la sangre derramada como puede ser la budista pero por lo general, no ha habido religión en la tierra que no haya buscado imponerse por el hierro y por el fuego.

Para el ateo, una moral desprendida de la religión es siempre sospechosa porque es capaz de engendrar el mal.

Se viene repitiendo por los creyentes, que no puede existir ninguna moral sin dios, o que si dios ha muerto todo está permitido. Este doble error es fácilmente refutable.

La moral, o el conjunto de reglas de convivencia, existió antes de la aparición de los dioses y de las religiones, de lo contrario no estaríamos aquí, ya que la supervivencia de la

raza humana seguramente se aseguró porque nuestros primeros padres o nuestras primeras hordas, respetaron alguna regla que les evitó la destrucción.

Con la muerte de dios se ha especulado casi «divinamente», puesto que existe hasta una teología de la muerte de dios. Dios no ha muerto, aseguramos los ateos, porque nada inexistente puede morir, luego si la moral estaba basada artificiosamente en una no existencia, esa moral puede sobrevivir perfectamente sin apoyo divino.

Últimamente hay intelectuales, por llamarlos de alguna manera, que buscan afanosamente una Ética con mayúscula, para asentar la moral, es como si ante la desaparición de un dios buscaran otro para sustituirlo.

Pero la moral o la ética no necesita de ningún apoyo religioso y menos de una base religiosa para existir, la moral está fundamentada por los hombres, por ellos construida y admitida, y a ella se someten voluntariamente sin miedo a ningún castigo celestial.

Y a estos buscadores y defensores de la moral se les puede preguntar ¿es que el Derecho necesitó de un dios para existir? ¿No pueden los hombres convivir según derecho, sin necesidad de ninguna iglesia que les venga a decir lo que tienen que hacer?

Lo paradójico para un ateo, que sigue siendo un ser racional, es que un ser de su misma especie en nombre de un dios inexistente, le diga lo que este dios inexistente le ha dicho a él, al intermediario eclesiástico, lo que el ateo (que escucha pacientemente) ha de hacer, cumplir, no hacer.

Finalmente toda moral religiosa aunque naciera con el deseo de mejorar al hombre, se transformó muy pronto en un instrumento de poder. Y cuando una religión de las conocidas defiende su moral está defendiendo su autoridad, su poder. Desconsoladamente nada más.

CUARTO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Claro es muy fácil no creer en dios, así se puede hacer lo que a uno le viene en gana. O sea que para usted, sin dios no hay moral ni ética ni buenas costumbres. —Exactamente, si se prescinde de dios todo está permitido.

—Eso sería si dios fuera el guardián o el fundador de toda moral.

—Y lo es.

—Sin embargo aunque falte dios, los hombres tendrán que seguir viviendo, conviviendo, siempre crearán un código de leyes sociales que les permita convivir.

—Las sociedades sin dios están condenadas a desaparecer.

—Creo que no, y ha habido sociedades que no contaron para nada con dios y no desaparecieron. Basta una buena administración de las leyes para que las reglas de convivencia se desarrollen. Es más, no hay manera de multar a nadie si comete un pecado digamos con el pensamiento, eso es, el desear a la mujer de tu prójimo no puede ser multado.

—Naturalmente, por eso es pecado, un pecado moral.

—Ya, pero ese deseo que a mí me parece normal si la mujer del prójimo es apetecible y el deseante está digamos, en la flor de la edad, es sólo un deseo, si lo lleva a la práctica, entonces puede intervenir el código penal y santas pascuas.

—No le entiendo.

—Pues es muy fácil de entender, a pecados imaginarios penas imaginarias, a pecados que son faltas o delitos reales, castigos o sanciones reales. ¿Lo entiende?

—¿Y qué pasa con dios?

—Eso me pregunto, no pasa nada, creer o no creer en dios pertenece al reino de lo imaginario, no es punible ni premiable.

—Un creyente siempre obrará bien aunque sólo sea por temor al castigo divino.

—Bueno, y un ateo también obrará bien aunque sólo sea por respetar la moral colectiva, civil, laica. Y encuentro mejor al ateo, porque al obrar bien no espera ningún premio, se limita a creer en la humanidad, a respetar al otro, a ser hombre en nombre del hombre y no en nombre de algo que no admite.

—Pero usted lo que quiere es sustituir la idea de dios por la del Código Penal.

—No necesito quererlo, está ya ocurriendo. Lo que ustedes llaman obras de misericordia, por ejemplo, están siendo cumplidas por organizaciones laicas, sin ninguna idea religiosa. No se trata de sustituir la idea de dios por un código de conducta, esta conducta, este obrar bien, está ocurriendo ya sin ninguna necesidad de religión.

—No me va a negar que los misioneros, por ejemplo…

—Un médico de la organización Médicos del Mundo por ejemplo, es mejor que el misionero, porque hace la misma labor y no impone ninguna idea religiosa, es decir, respeta la religión que encuentra. Y fíjese, lo hace sin esperar el cielo.

—Peor para él.

—Sí, pero mejor para el enfermo.

LECCIÓN QUINTA.

HISTÓRICAMENTE LA CREACIÓN PRIMERO, DE LOS DIOSES, Y DESPUÉS DE SUS RELIGIONES CORRESPONDIENTES, PERMITIÓ EL AVANCE CULTURAL Y DE CIVILIZACIÓN EN LA SOCIEDAD HUMANA.

De la misma manera que los ateos han de creer en la historia de todos los dioses, han de creer también en la acción civilizadora de los mismos. Porque siempre históricamente, sin los dioses, sin su creación, la civilización no existiría.

Crear un dios es crear una síntesis, una explicación de la realidad desconocida. Es también un primer grado de racionalización: el hombre no se detiene ante lo desconocido, lo intenta captar, lo reconoce, lo delimita.

Aún hay más, el hombre que crea la primera síntesis también intenta relacionarse con ella. Dios no puede estar solo como sabemos, y la religión, o la institución religiosa aparece para que el dios creado se comunique, esté en relación con el hombre.

Si la concepción del universo está siempre dividida entre lo conocido y lo desconocido, la síntesis divina permite siempre en un primer momento y siempre efímeramente, unir lo real con lo irreal, lo conocido con lo desconocido, lo que se entiende y lo incomprensible.

De aquí que no haya existido dios ni religión sin cosmogonía, sin una primera explicación o intento de explicación, del origen del universo y del origen del hombre. Desgraciadamente para los dioses y para sus cosmogonías, el conocimiento de lo real o del universo se ha ido desprendiendo a lo largo de los siglos de esta primera base o inspiración divinas.

Pero hasta que el hombre pudo prescindir de razonar religiosamente, las sociedades se organizaron, avanzaron, se civilizaron gracias a la creación de los dioses y de sus religiones correspondientes.

La necesidad de representar la síntesis divina engendra el mito, la leyenda, una buena parte de la literatura y desde luego el arte de una manera general.

La materialización artística de la idea divina, de la síntesis, del dios, crea los templos, la estatuaria y desde luego los primeros balbuceos literarios: himnos, poemas, épica en general.

De la misma manera, la construcción de templos engendró el estudio de la astronomía entre los sumerobabilonios, la geometría entre los egipcios, la proporción entre los griegos, etc., y etc.

De una manera general, la institucionalización de las religiones va unida a lo que entendemos por civilización y cultura, porque no hay civilización ni cultura que no estén creadas sobre ideas religiosas, aunque no exclusivamente.

No ha habido instituciones civilizadas o culturales que fueran únicamente económicas, porque aun ante las necesidades económicas, el hombre respondía de una manera religiosa. Claro que se intentó desde los primeros momentos, sumerios y egipcios, dividir de alguna manera las dos esferas que ya eran esferas de poder (templo y palacio) pero aún así, ninguna historia de nuestra civilización puede prescindir del acto religioso, del dios, de la religión.

Los orígenes casi siempre religiosos de las artes y de algunas ciencias, demuestran la necesidad por parte del hombre de materializar, de explicar, de racionalizar, lo sublime; es decir, de lo irracional no explicado ni reductible, a términos racionales.

El empuje de las primeras religiones, de las primeras sublimaciones, fue un auténtico motor de la historia social, pero una vez más el devenir histórico fue poniendo fuera de juego a estos primeros motores, llegó así la desacralización o la primera modernidad.

Digamos cuanto antes, que toda desacralización es tan necesaria como necesario fue la sacralización a la hora de explicarse el mundo.

La desacralización o como se dice hoy, la modernidad, consiste en el pensamiento que para continuar pensando ha de secularizar (desacralizar) todo lo divino. Este intento de seguir pensando según la razón crítica, apareció por primera vez con los griegos, después con el Renacimiento y la Ilustración, y quizás últimamente el intento continúa amparándose en las últimas conquistas o conocimientos de la ciencia.

La modernidad y hasta ahora, ha fracaso socialmente, ya que poner en duda primero y negar después todo fundamento divino a la sociedad y al pensamiento en general, no podía ser aceptado por sociedades que precisamente estaban fundadas en lo divino o admitían lo religioso como fundamento del saber.

El movimiento sofista griego fue aplastado por los defensores del orden con Platón a la cabeza, el pensar libre y hasta científico de la segunda sofística, siglo II, acabó siendo derrotado por el cristianismo triunfante. De nuevo asoma la modernidad en el Renacimiento y aquí ya de la mano de la ciencia, y del Renacimiento vino la Ilustración… a partir de este momento las fuerzas religiosas no pueden ya negar el intento y mucho menos destruirlo.

Ante la racionalidad que avanza, ante la modernidad para simplificar, la resistencia creyente ha de caer en los fundamentalismos e integrismos. Al no poder oponer razones ante la razón, ha de echar mano de la irracionalidad, de la fe.

Si pudiéramos resumir este largo camino histórico, tendríamos que afirmar que el que las religiones con sus dioses a la cabeza, sirvieran para culturizar y civilizar al hombre, no debe hacernos olvidar que estos motores culturales y civilizadores, con toda su gloria, pertenecen ya a un tiempo pasado.

La nueva sociedad será civil o no será sociedad.

QUINTO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Mire usted, usted dirá lo que quiera, pero sin la idea de dios no tendríamos ni escultura, ni pintura, ni música siquiera.

—Sin los dioses efectivamente, no tendríamos la herencia cultural y artística que tenemos, pero sin los dioses, quizás también hubiéramos tenido otras artes y otras culturas.

—Lo que demuestra que dios está presente en el mundo.

—¡Un momento!, no me estará usted hablando de la providencia, ¿no?

—Sí, de la Providencia hablo, de la presencia de dios en nuestro mundo que es obra suya como nosotros somos sus criaturas.

—Bueno, en cuanto a la providencia y si me lo permite, yo le citaría al mismo Epicuro.

—¡Siempre con citas!

—Epicuro es también nuestra herencia cultural y hasta artística. Bueno, pues Epicuro venía a decir que si los dioses se ocuparan de nosotros, no serían dioses perfectos puesto que tendrían preocupaciones y un dios no debe tenerlas. En segundo lugar, venía a decir también que si los dioses se ocuparan de nosotros, el mundo iría un poco mejor, ¿no lo ve usted razonable?

—Los designios de dios son inescrutables.

—Efectivamente, los designios divinos son tan inescrutables como inescrutable es la idea de dios. Si usted no me puede demostrar la existencia de dios, ¿cómo me va a demostrar su providencia?

—Me basta creer.

—A mí me basta pensar.

—No se puede negar la Providencia divina.

—Bien, ya que no le han convencido a usted las razones de Epicuro, permítame contarle una bonita parábola.

—Si no es muy larga…

—Intentaré abreviar. Pues verá usted, un día entre los días, aunque eterno, estaba el supremo hacedor contemplando el universo: miríadas de estrellas en el espacio sideral, aparición de novas, formación de constelaciones, chorros de nuevas energías que se apresuraban a formar millones de galaxias, nuevos mundos, nuevos planetas y lunas, la energía se transformaba en materia, la materia en energía… y he aquí, que de repente, apareció un ángel junto al supremo hacedor y le dijo: «Señor, señor, en una galaxia perdida hay un sol y el sol tiene un planeta que se llama Tierra, bueno pues en esa tierra, hay una ciudad que se llama Castrocóntrigo, y allí vive Marujita y Marujita está con su novio en un portal de la plaza mayor del pueblo y ¡oh, señor!, está a punto de perder la virginidad. ¿Qué hacemos, señor?» Y el supremo hacedor respondió: «¡Que hagan algo!…» Qué, ¿qué le parece?

—No le veo la gracia.

—Me lo temía, la fe les hace perder el sentido del humor a los creyentes.

LECCIÓN SEXTA.

LA IDEA DE DIOS YA NO ES NECESARIA.

La necesidad, siempre la necesidad, llevó a la creación de los primeros dioses y de las primeras religiones. Y los nuevos dioses y las nuevas religiones siempre en un primer momento, resultaron suficientes para las necesidades.

Pero las necesidades no se colmaron, por tanto, el devenir histórico, el desarrollo de la observación y del pensamiento en general, no podía contentarse ni darse por satisfecho con las primeras respuestas. Surgieron así nuevas religiones, nuevos dioses.

Hay una escala al nivel de las respuestas, muy fácil de observar a partir de los textos judeocristianos; primero una Biblia o Antiguo Testamento primitivo, después unos Evangelios modernizados, después un Corán que vuelve al pasado, a Abraham, más tarde las interpretaciones de los llamados protestantes hasta quizás El Libro de Mormón o las insufribles páginas de los Testigos de Jehová. Un examen de todas estas respuestas, pondrá en claro que a pesar de las vueltas atrás de muchos de estos textos, lo que se intenta es poner al día la religión, y también al dios de la religión.

Los dioses también sufren cambios a medida que avanza el tiempo, la religión egipcia, el panteón sumerio hasta Marduk, el dios celoso y carnicero que se transforma en un buen padre, etc. Se trata, como es lógico, de ponerse al día, es decir de intentar colmar las nuevas necesidades.

(Se podría decir entre paréntesis, que toda obra humana, nace, se desarrolla o no, y muere.)

De alguna manera la historia ha formado dos frentes: de un lado la religión y del otro el pensamiento crítico, libre, que para simplificar llamaremos ciencia. Y religión y ciencia han tenido que batallar durante siglos.

La ciencia ha procurado siempre dar respuestas verificadas a los problemas, a las necesidades que se le plantean al hombre. La religión por el contrario, aunque ha ofrecido respuestas no ha podido verificar ninguna de ellas.

Queda por otro lado lo que llamaremos pensamiento libre, racional y crítico que tampoco puede verificar sus hipótesis pero que siempre se somete a la ciencia y nunca a la religión.

De una manera general, allí donde la religión ha dominado en la sociedad la teología se ha erigido en reina con detrimento de todo tipo de ciencias. Cuando ha ocurrido lo contrario, pero muy pocas veces ha ocurrido lo contrarío, las ciencias han podido florecer y el pensamiento racional se ha desarrollado (Grecia).

Todas las religiones como sabemos, han procurado siempre dar una respuesta cosmogónica, explicar al hombre de dónde viene y dónde está. Con el advenimiento del pensamiento científico, todas las cosmogonías religiosas han dejado pura y simplemente de existir. Y lo que es peor aún para los creyentes, la idea de dios no es necesaria a la hora de pensar en el origen del universo.

Así las cosas los nuevos interrogantes ya no pueden ir a buscar respuestas en las llamadas religiones reveladas, han de atender a las nuevas hipótesis científicas y a sus verificaciones correspondientes.

Si la idea de dios ya no es suficiente porque ya no es necesaria, las morales reveladas y dependientes de las religiones tampoco son necesarias ni suficientes, cuando existe una ética del comportamiento que puede basarse en principios o bases puramente humanos, de convivencia, de fraternidad, de justicia social.

La ciencia, incluso para existir, ha tenido que separarse de la religión, con la fe no se puede pensar, con la fe sólo se puede creer, pero no ha sido solamente la subida de la ciencia lo que ha derrotado finalmente a la religión, sino también la subida del pensamiento libre, crítico, racional.

Los sofistas griegos lo habían intentado, los ilustrados lo volvieron a intentar y casi lo consiguieron, últimamente el pensamiento moderno, imparable, lo consigue sin mayor esfuerzo. La ciencia y el pensamiento moderno no luchan contra dios, pasan simplemente de él.

Vivimos momentos de descristianización, arreligiosidad, impiedad y otros adjetivos que los integristas de costumbre, lanzan a los cuatro vientos para anunciar una nueva cruzada. No se les ocurre pensar que no hace falta atacar a ciertos valores, cuando estos valores mueren solos, por sí mismos, es decir, ya no son necesarios.

La ciencia y el pensamiento racional tuvieron que separarse de la religión y de la fe para poder existir. De la misma manera en nuestros días, la moral ha de separarse de la religión para existir. Así de duro, pero el amor al prójimo, por poner un ejemplo evangélico, no es ya un precepto divino sino una convención, un convencionalismo social.

A la irremediable por lo histórica, caída de las religiones ha de suceder una ascensión, también irremediable de la civilidad, sociedad civil, laicismo, secularización, socialismo mundial, etc.

La ciencia ha ido delante de esta revolución que no es más que una muy natural evolución, y la sociedad civil seguirá el mismo camino.

La llegada de la modernidad es el triunfo de la racionalidad, por eso la resistencia religiosa se ha transformado en una defensa de la irracionalidad, del fideísmo, del integrismo, del fundamentalismo o como se le quiera llamar.

Porque finalmente, si la idea de dios ya no es necesaria ni suficiente para la ciencia ni para el pensamiento, tampoco lo será para la sociedad futura.

SEXTO EJERCICIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Ya ve usted cómo está el mundo, una juventud perdida, haraposa y de litrona, sin valores ni ideales.

—Haraposa sí que está.

—Sin valores el mundo se pierde.

—No, verá usted, lo que se pierden son los valores. Un valor o un ideal o una creencia pues eso, nace, se desarrolla o no y muere, y eso es lo que está pasando.

—Están dejados de la mano de dios.

—Habría que demostrar que dios tiene manos, pero sí, están alejados de ese valor que usted llama dios como están alejados de ese otro valor que tantas muertes ha costado, la patria.

—No creen en nada.

—Pero no crea usted que no creen en nada, es que los valores en los que creían sus padres son eso, nada, cero.

—No les irá usted a defender, ¿no?

—Me limito a explicarme las cosas. Los valores caen por sí mismos, el tiempo acaba con ellos y quien dice tiempo dice otra cosa, entonces, ¿qué quiere usted que hagan?, ¿ejercicios espirituales?

—Así no hay porvenir.

—Siempre hay un porvenir, bueno o malo, pero siempre hay futuro porque al presente le sigue el futuro.

—Pues no sé qué van a hacer en la vida.

—Ese es otro cantar, seguro que no van a tener una vida fácil y más difícil todavía va a ser el conseguir dominarlos porque como muy bien ha dicho usted, no creen en los valores heredados.

—Antes…

—No hay solución.

—Antes se creía en dios, se creía en la patria y se creía en la familia, pero ya ve usted, ninguno de esos valores ha permanecido incólume, entonces no hay manipulación posible.

—¿Por qué manipulación?

—Porque fueron valores manipulantes, alienantes, una juventud patriota, amante de sus padres y creyente en dios, es una juventud perfecta para los gobernantes: obedientes, disciplinados y temerosos del señor. Ya ve usted, una delicia. Y claro, jugaron tanto con esa deliciosa situación que ya ve el resultado, ni disciplinados, ni obedientes, ni creyentes siquiera.

—No hay solución antigua, ésa ha pasado para siempre. Ahora no hay manera de convencerlos para que sigan una bandera o marchen en una procesión. Los valores se acabaron, y ¿sabe usted por qué?

—Seguro que me lo dice usted.

—Porque se murieron de muerte natural. Nadie los ha asesinado. O de otra manera, nadie ha matado a dios, lo que pasa es que estaba muy malito y se murió.

—Eso es blasfemar.

—Un ateo no blasfema nunca, y un ateo bien educado como yo, menos todavía.

LECCIÓN SÉPTIMA..

LA CIENCIA ES NECESARIA AUNQUE NO SEA SUFICIENTE.

Las ideas proclamadas y defendidas por las religiones, no ofrecen ya respuestas, o las respuestas que ofrecen, el terreno que ocupan, es el de la ciencia.

Solo la ciencia puede construir una cosmogonía, puede estudiar y demostrar el origen del hombre e incluso, hasta el nacimiento de ciertas tendencias mal llamadas morales.

Sin embargo está claro que mientras exista un misterio, mientras exista una parcela de realidad o de irrealidad no reductible a la razón o a la ciencia, existirá siempre la tentación de encontrar explicaciones más allá de la ciencia y de la razón.

La idea de dios, pues, y para los hombres que no quieran aceptar la racionalización de sus creencias, permanecerá aunque como sabemos no es necesaria.

La ciencia en cuanto al misterio o lo irreductible no es suficiente aunque sea necesaria, y no es suficiente porque la ciencia no ha de responder a falsos, a irracionales problemas o preguntas. Sin embargo estas irracionales preguntas existen, son reales.

El problema no puede ser resuelto por la ciencia pero tampoco puede ser resuelto por todas las religiones conocidas y siempre reveladas como es natural. Así las cosas, el problema de la fe es pura y simplemente un problema personal nunca colectivo, ni siquiera social, es siempre individual.

La necesidad de la ciencia suele ser rechazada por los pensadores y sacerdotes de costumbre, sin embargo un hombre con un saber científico suficiente, podrá cuando menos, señalar los límites entre lo racional colectivo y lo irracional siempre individual.

Los Estados modernos aunque se confiesan aconfesionales no admiten el agnosticismo ni el ateísmo, saben que cualquier religión es buena para el súbdito, pero no la falta de religión.

Una sociedad de agnósticos es menos manipulable que una sociedad confesional. La ciencia no aliena, sin embargo una religión, cualquiera de ellas, aliena siempre.

El que la ciencia no sea suficiente, y no es suficiente mientras subsista una parcela mínima de terreno desconocido, no quiere decir que esta parcela ha de ser explicada o reducida a términos religiosos, fideístas, deístas en una palabra.

(Y para más información véase el estupendo Discurso de Clausura que cierra este Curso.)

SÉPTIMO EJERCCIO PRÁCTICO DE CONVERSACIÓN.

—Y ahora me dirá usted…

—Ahora ya va siendo hora, le voy a pedir a usted bibliografía.

—¿Cómo dice?

—Sí, que ya está bien de hablar con los creyentes que ni siquiera han leído lo que tenían que leer. Es inadmisible que los ateos tengamos que pasarnos la vida explicando libros que ustedes los creyentes se niegan a leer, por eso, le pido a usted bibliografía. Vamos a ver, ¿qué ha leído usted sobre mecánica cuántica?

—Hombre, yo…

—Nada, eso es. Pues entonces lo siento, pero usted no está autorizado para hablar ni del origen del hombre ni del origen del universo. O lo que es lo mismo, todo lo que me diga carece de la más mínima autoridad.

—¿Pero es que los creyentes no vamos a poder hablar?

—No de lo que no saben, y un creyente sabe lo que se dice muy poquitas cosas, ha recogido algunas opiniones, recuerda el catecismo y poco más. Como comprenderá usted, así no hay manera de mantener una conversación seria.

—¿Me está usted llamando ignorante por casualidad?

—Sí, pero no por casualidad. Las religiones militantes y aun vivas que conocemos, se cuidan muy bien de la cultura de sus feligreses, es decir se cuidan muy bien de su incultura. Los católicos defendieron siempre el analfabetismo, lo que usted llama sectas protestantes al menos dejaban leer la Biblia, pero eso sí, ni católicos ni protestantes se preguntaron nunca sobre el origen de los textos.

—Los creyentes creemos…

—Es lo único que saben hacer, eso y repetir frases más o menos sentimentales, que si la bondad de dios, que si la providencia, que si la caridad, etc., etc. Hay una gran injusticia en nuestra sociedad porque los creyentes ocupan todo el espacio digamos cultural, mientras que los ateos no tenemos derecho a nada. Ni siquiera estamos reconocidos en ninguna Constitución, todos los Estados liberales reconocen la libertad de culto, claro está, pero no la libertad de los sinculto. Los ateos no poseemos doctrinas constituidas, ni templos ni agrupaciones, no tenemos derecho pues ni a reconocimiento jurídico o administrativo ni mucho menos a ninguna ayuda…

—Pero…

—No se moleste, hoy no le dejo hablar a usted porque es incapaz de presentarme una bibliografía correcta. Hora es ya de que los creyentes sean tratados como tales. La fe impide pensar, luego no piensan ustedes. La fe impide razonar, luego son ustedes irracionales y practican la irracionalidad. La fe no pide cultura, luego son ustedes unos incultos.

—¡Pero caballero!

—Lo dicho, cuando los creyentes lean un poco más y en especial usted, tendré mucho gusto en continuar esta conversación. Mientras tanto me niego a discutir; lo más que puedo hacer es darle bibliografía, después de todo enseñar al ignorante no es precepto divino, es un precepto ateo. Y ni siquiera es obligatorio.

DISCURSO DE CLAUSURA.

LA CIENCIA ES NECESARIA AUNQUE NO SEA SUFICIENTE Y POR ESO LA CIENCIA NO PUEDE SER UN SUSTITUTO DE LA RELIGIÓN.

El largo combate de las religiones contra el saber científico pudo hacer creer a algunos que la ciencia era el sustituto ideal de la religión, o algo así como la nueva forma de la religión. Esta creencia tenía un cierto fundamento; el aumento del conocimiento científico reducía, cada vez que se producía un descubrimiento nuevo o se emitía una hipótesis que permitía explicar más fenómenos, la validez de algún punto clave de las doctrinas religiosas, dando la impresión de una sustitución paulatina, sistemática y permanente de las creencias religiosas por saberes científicos.

Las religiones fundaban su validez, su credibilidad, no sólo en la epifanía del dios, también se apoyaban en un saber sobre el mundo relativamente razonable, y que era lo que permitían los conocimientos de la época, pero que daban como producto de la revelación, ya que explicar el origen y marcha del cosmos de un modo suficientemente coherente, era una prueba más de la veracidad de la religión. De este modo la cosmogonía, es decir, la génesis del mundo, se transformó en uno de los fundamentos de las creencias religiosas, una parte central de la fe revelada, de todo dogma religioso. Es evidente que toda interpretación del funcionamiento del mundo que no requiriese la presencia de la divinidad descomponía el sistema de creencias, rompía su coherencia interna. Ante tal peligro había que reaccionar. Son testigos, entre otros, de esa reacción de defensa, Giordano Bruno, Vanini, Galileo.

En realidad la ciencia, el saber científico, no pretendía sustituir a la religión, lo que pasaba es que la religión era el sustituto, desde el mismo origen, del saber científico. La cosmogonía religiosa hacía las veces de cosmología, pues no había otra cosa. Con el progreso del conocimiento del funcionamiento de las cosas del cosmos, la visión religiosa iba siendo cada día menos operativa, menos explicativa. Planteaba muchos más problemas de los que podía resolver. Por ejemplo al ser una explicación del mundo cada vez más pobre, cuestiona, por su funcionamiento defectuoso, la existencia del autor de esa Revelación tan poco fiable. Los científicos/ sin quererlo, por los resultados de sus trabajos, iban generando dudas sobre la existencia de la divinidad en las mentes de los creyentes más alertas.

No cabe duda que la ciencia ha sustituido a las religiones en la función de explicar el mundo. Esto lo reconocen hoy las religiones más razonables, cuando dicen que ellas se ocupan únicamente del alma humana y sus problemas. Pero incluso en estas confesiones sus fundamentalistas tratan de conservar la versión integral de la revelación, negándose a aceptar las podas doctrinales que les impone el avance del conocimiento científico. Y es esta fuerte resistencia a los ajustes adaptativos de los dogmas, la que nos indica la honda diferencia entre ciencia y religión y lo que explica que la ciencia no puede sustituir a la religión en su función social.

La religión es un proceso natural en el pensar de los humanos. Es la expresión de la necesidad de consolación en este mundo de miserias, «es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo». Esa función de consuelo es muy diferente de la de tratar de conocer cómo funcionan, cómo están constituidas y cuál es el origen de las cosas.

Uno de los elementos de consuelo es saberse seguro. Lo incierto del vivir es fuente de angustia y de miedo. El futuro aún no conocido genera temores. El saberse protegido, apadrinado por un ser poderoso y benéfico («el que hace misericordia, el Misericordioso» del Corán) tranquiliza. A falta de un padre poderoso los pobres pueden tener un dios potente y clemente, al tiempo de justo, celoso y vengativo (el «que castiga hasta la cuarta y quinta generación» de la Biblia). Lo importante es tener algo donde agarrarse en este mundo movedizo, es la «Roca» de los salmos, el «Castillo fuerte» del himno luterano.

La creencia religiosa tiene que ser inmóvil, fija, permanente y no sometida a fluctuaciones. El motivo de la fe no puede cambiar de la noche a la mañana. Una fe móvil cual «piuma al vento» sólo puede crear angustia. No se puede imaginar a creyentes interrogándose, inquietos, cada noche sobre el contenido de la fe del día siguiente. La religión tiene que ser sólida, inmutable y por ello segura. Así abandonarla es caer en el torbellino de la incertidumbre del acaso. «Fuera de la iglesia no hay certezas» (ni salvación). De ahí su reticencia a modificar los dogmas, a alterar los artículos de fe. Una religión es tanto más perfecta (según su función social) cuanto más rígida es. El islam es ejemplar, en el Corán está dicho que él es la copia exacta de un libro que está en el cielo, y por eso nada puede ser cambiado si no hay cambio arriba. Lo que explica la violencia mortífera de sus integristas, que saben que tienen de su parte la Auténtica Verdad Revelada. Lo que es cierto, desde el punto de vista religioso más estricto. En las otras religiones monoteístas la cosa se presenta de un modo ligeramente diferente; el judaismo por su larga historia presenta, en sus textos, modificaciones y alteraciones, que están justificadas por revelaciones sucesivas, recuérdese la etapa abrahámica y la mosaica. El cristianismo no hay que olvidar que es una secta judía, según el dicho de Lichtenberg. Sus cambios son lentísimos, recuérdese el caso Galileo, desde el 22 de junio de 1633 a nuestros días, es un lapso de tiempo que mide exactamente la velocidad de cambio de la Iglesia Católica.

La ciencia es incapaz de proporcionar ese tipo de tranquilidad, precisamente por su modo de operar, por su ser como dirían los viejos filósofos. Porque el saber científico es una forma extrema del pensar crítico. Los científicos trabajan dudando de lo que ven, aún de lo más evidente/ por ejemplo que el sol sale por levante, se desplaza en el cielo y se oculta en el poniente, o el que las ballenas sean peces o los murciélagos pájaros. Estos «hombres de poca fe» tienen también sus creencias. Suelen creer en su capacidad de comprender su entorno a partir de una serie de supuestos:

Que existe un mundo externo diferente de nuestra percepción.

Que el mundo es comprensible racionalmente. Que hay regularidades en la naturaleza. Que el mundo se puede estudiar a trozos, localmente, sin ocuparse de lo que sucede en otros sitios. Que el mundo se puede describir con la ayuda de las matemáticas.

Y que estos supuestos son universales. Estos supuestos no están fundados en premisas filosóficas, son el producto de una larga (milenaria) y dura (mortífera) experiencia que ha conducido a una comprensión de las cosas del mundo muy aceptable, ya que ha permitido comprender la situación de los humanos en la naturaleza, precisamente como parte de la misma sin más. Toda discusión o interpretación sobre o de la ciencia fundada en otros principios filosóficos o religiosos, será en el mejor de los casos, una hipótesis entretenida, una de aquellas de las que decía Newton: «non tingo».

BIBLIOGRAFÍA

Sobre la prueba ontológica véase:

SAN ANSELMO: Proslogion seguido de Respuesta a favor del insensato, por Gaunilo y la respuesta a Gaunüo por San Ansámo, Ediciones Orbis, s.a., 1984.

Variantes de la prueba ontológica:

DESCARTES, R.: Las Meditaciones Metafísicas, trad. Castellana en Aguilar, Madrid, 1961. LEIBNIZ, G. W.: Escritos filosóficos, Ed. Charcas, Buenos Aires, 1982 (contiene los principales textos de Leibniz sobre la existencia de dios).

Pruebas sico-teológicas:

CICERÓN: Sobre la naturaleza de los dioses, UNAM, México, 1985. Pruebas cosmológicas:

ARISTÓTELES: Metafísica, Libro XII, 6-10, Ed. Credos, Madrid, 1970. Críticas:

HUME, D.: Dialogues concernig Natural Religión, W. Blackwood, London, MCMVII (hay versión castellana en Tecnos, Madrid, 1994).

KANT, M.: Crítica de la Razón Pura, Ed. Alfaguara, s.a., Madrid, 1983. KANT, M.: Prolegómenos a toute Métaphysicfue Future, ]. Vrin, París, 1985.

RUSSELL, B.: La Philosophie de Leibniz, Alean, París, 1908. ELSTER, J.: Leibniz et la formation de 1’esprit capitaliste, Aubier-Montaigne, París, 1975.

Textos recientes:

KÜNG, H.: ¿Existe dios?, Cristiandad, Madrid, 1979. PLANTIGA, A.: The Nature of Necessity, Oxford University

Press, 1974. BUENO, G.: Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión, Mondadori, Madrid, 1989. PUENTE OJEA, G.: Elogio del Ateísmo, Siglo XXI de España, Madrid, 1995. RANADA, A. F.: Los científicos y Dios, Ed. Nobel, s.a., Oviedo, 1994. MACKIE, J. L.: El milagro del Teísmo, Ed. Tecnos, Madrid, 1994. (Continuará en el Curso de Doctorado.)

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